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La guerra, las palabras y las cosas

 

Una lectura psicoanalítica de la infodemia

 

Martín Alomo*

 

 

Las palabras y las cosas es el título de uno de mis libros preferidos, seguramente uno de los más importantes del siglo pasado, a estas alturas de los acontecimientos ya un clásico. Por otra parte, la articulación del universo de lenguaje con las cosas del mundo, lo que supuestamente estaría por fuera de él, es un tema sobre el que pienso y escribo desde hace mucho tiempo. Aquí voy nuevamente, esta vez a propósito de los discursos de la guerra. Creo que deberíamos aprender algo de esta situación trágica.

En el actual conflicto armado entre Rusia y Ucrania, según algunos expertos en política internacional, el sistema de propaganda de los servicios de inteligencia de una potencia no manifiestamente beligerante sería el indiscutido ganador. Este planteo implica que a través de diversas operaciones, dichos servicios serían los encargados de contarnos cómo son los hechos, de narrarnos las cosas de la guerra, distribuyendo de este modo nada más y nada menos que las simpatías y los odios mundiales. Se trata de la gran potencia que en la década de 1960, en plena carrera espacial, sabía muy bien que poner pie en la Luna no significaba nada sin un equipo de filmación para transmitir el show en directo. Este es solo un primer punto, que no por sabido y obvio es menos importante: los hechos son el resto y la sombra de los relatos que los divulgan.

 

Religión, magia y “conspiranoia”

 

El punto siguiente que quiero destacar está dado por un arsenal discursivo de profecías religiosas y místicas, a las que se suman otras francamente delirantes del tipo “conspiranoides”. Podría decir que la religión, la magia y el delirio ofertan distintos tipos de anuncios, cada uno de ellos con estatuto diverso, por supuesto -de ningún modo estoy homologando a esos tres tipos discursivos-. Ellos ofrecen relatos apocalípticos con las características que les son propias: radio de acción sitiado, proliferación de males polimorfos, anticipación de una teleología tan terrorífica como inexorable (“El evangelio según Marcos” de J. L. Borges es un ejemplo magistral de este género literario). En particular, me refiero a varias profecías procedentes de los tres tipos de fuentes discursivas mencionadas. Ellas vaticinan la invasión de América por parte de “los rojos” (esa es la etimología de Rusia, algunos aluden también a la China comunista por el color de su bandera e ideología) a través de Venezuela, por ejemplo. La pandemia que aún no ha concluido sería otro elemento del panorama finalista y, por último, un “nuevo orden mundial” liderado por la Gran Potencia asociada al estado Vaticano -hay profecías que leen en el ecumenismo las determinaciones cruciales de la escatología católica-. Estas versiones consideran que nuestro presente ya está guionado por la Revelación de Juan, lo cual implica que nuestra época ya tiene preparado el escenario para que la temible bestia asuma su reinado de mil años. No quiero extenderme más en este segundo punto, sino simplemente señalar lo siguiente para establecer una concatenación con el punto anterior: si los hechos son el resto y la sombra de los relatos que los difunden, entonces convendría no desatender las narrativas que circulan insistentemente como explicaciones de los acontecimientos que vivimos. A fin de cuentas, tal vez el huevo de la serpiente no sea sino un coágulo discursivo capaz de engendrar monstruos que únicamente podrían germinar como sus turbios residuos.

 

Ceder en las palabras

 

“Se empieza por ceder en las palabras y se acaba por ceder en las cosas” decía Freud en 1921 para remarcar el carácter de guion vinculante que presentan las articulaciones discursivas en las que estamos implicados como hablantes. Lo que se dice, se piensa, se escucha, en resumen, todo lo que se articula en palabras nos habla y prepara la escena que habremos de habitar (Antígona es el ejemplo princeps que Lacan analiza detalladamente en La ética del psicoanálisis). El descubrimiento del psicoanálisis implica que -nos anoticiemos o no de ello- no somos indiferentes a tales determinaciones. Por eso se habla en un análisis: para escuchar qué dicen los discursos que nos atraviesan, en los que hacemos pie y en los que a veces naufragamos o nos aplastan.

Lo que intento decir es que hay una masa crítica discursiva, con su batería significante y sus campos semánticos que, aun cuando no nos demos cuenta, argumenta “en vivo”, “en tiempo real”, los fenómenos que luego los medios masivos de comunicación -en un lugar principal las redes “sociales”- nos transmiten como pretendidamente objetivos y ostensiblemente naturalizados. Los hechos que dan cuerpo a las noticias en los medios informativos participan de una llamativa asepsia en lo que atañe a su filiación discursiva, cuya evolución muchas veces es de muy larga data y otras tantas fomentada -e incluso enfatizada- por esos mismos medios que los difunden, partícipes necesarios de una infodemia siempre interesada.

 

El horizonte que nos espera

 

Hablar, decir, incluso “escuchar” nuestros pensamientos, necesariamente filiados con algún discurso en juego que nos preexiste y nos condiciona, sepámoslo o no, equivale a participar activamente en la construcción de un universo de significaciones que constituye el horizonte al que tienden todas nuestras acciones y producciones, simplemente porque allí son esperadas. Allí, en la urdimbre de lo que decimos, sea bueno o malo, violento o pacífico, auspicioso o frustrante, en ese lugar cartografiado de sentidos prêt-à-porter, padres y madres, por ejemplo, esperamos a nuestras/os hijas/os. Curiosamente o no tanto, eso que llamamos el desarrollo de la vida, de los hechos, de los acontecimientos, suele desenvolverse como una activación de potencias contenidas como posibilidades en las fuerzas discursivas que desde el horizonte construido por ellas mismas, tienden a realizarse allí donde las significaciones que decimos y nos hablan las esperan.

Por último, el valor profético de toda palabra lanzada en un discurso puede ser la usina que en el mismo acto de su propagación, por medio de la adhesión de hablantes afectados a y por ella, propicie el desencadenamiento de los hechos que perpetren su realización última. Como psicoanalista, habitualmente me encuentro pensando estas cosas referidas a los destinos ancestralmente prescriptos para mis pacientes. Fuera del consultorio, cuando leo las noticias sobre la guerra actual como síntoma de nuestra época, entiendo que el punto de referencia al que las cosas tienden puede ser tan aterrador como anunciado. Sinceramente -y este es el punto de llegada que tal vez pueda enseñarnos algo-, no veo cómo sería posible incidir sobre las determinaciones escritas en el horizonte discursivo sin estar anoticiados de que somos efecto de aquellas palabras que nos esperan para que las realicemos.

*Psicoanalista. Doctor en Psicología. Magíster en Psicoanálisis. Especialista en Metodología de la Investigación. Profesor de y Licenciado en Psicología (UBA). Entre otros libros, ha publicado Vivir mejor. Un desafío cotidiano (Paidós 2021); La función social de la esquizofrenia. Una perspectiva psicoanalítica (Eudeba 2020); Clínica de la elección en psicoanálisis. Vol. I y II (Letra Viva 2013).

 

Ph: «Ruinas de la biblioteca Holland House en Londres, en 1940, durante uno de los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial». Desconozco el nombre del/la fotógrafa/o. CORBIS.

MARTIN ALOMO

Dr. en Psicología de la UBA

Para contactarse con Martín puede escribir a:
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