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Fantasma y suplencias en la psicosis

Giorgio de Chirico. El predictor. (1916).

Fantasma y suplencias en la psicosis[1]

 

Martín Alomo[2]

 

Resumen

Bajo la forma de un ensayo académico, este trabajo se propone indagar la particularidad que adquiere el fantasma en la psicosis, en singular, ya que no se aborda aquí un análisis diferencial en los distintos tipos psicóticos. Se comienza por situar la particularidad de la elaboración conceptual del fantasma en la teoría lacaniana a partir de los desarrollos de 1958, con la propuesta del esquema conocido como “grafo del deseo”. Luego, se sitúan las coordenadas de la construcción de la realidad del sujeto psicótico, recurriendo al esquema I planteado el mismo año. En este último artefacto teórico se sitúan tres tipos de suplencias y se las compara con las características del fantasma en la lógica falo-castración. De tal comparación surgen similitudes y diferencias de relevancia para la práctica clínica, referidas al valor de axioma del texto fantasmático y al estatuto de respuesta a una pregunta que caracteriza su función en la estructura. Resta por desarrollar, en un futuro artículo que parta del punto de llegada al que se pudo arribar en este trabajo, un estudio sobre las características diferenciales del fantasma -o bien, el artificio correspondiente que cumpla una función equivalente- en los diferentes tipos clínicos de psicosis.

Palabras clave: fantasma – suplencia – psicosis – Freud – Lacan.

 

Summary

This academic essay aims to investigate the particularity that the phantasy acquires in psychosis, in the singular, since a differential analysis in the different psychotic types is not addressed here. We begin by locating the particularity of the conceptual elaboration of the phantasy in Lacanian theory starting from the developments of 1958, with the proposal of the scheme known as the “graph of desire.” Then, the coordinates of the construction of the reality of the psychotic subject are located, resorting to scheme proposed the same year by him. In this theoretical artifact, three types of substitutions are located and they are compared with the characteristics of the phantasy in the phallo-castration logic. From such a comparison, similarities and differences of relevance to clinical practice emerge, referring to the axiom value of the phantasmatic text and the status of response to a question that characterizes its function in the structure. It remains to be developed, in a future article that starts from the point of arrival that could be reached in this work, a study on the differential characteristics of the phantasy – or the corresponding artifice that fulfills an equivalent function – in the different clinical types of psychosis.

Keywords: phantasy – substitution – psychosis – Freud – Lacan.

 

 

El sujeto que se dirige al Otro

 

Jacques Lacan, en su seminario Las formaciones del inconsciente (1958a), a propósito de los desarrollos freudianos sobre el chiste, elabora ante su auditorio, en la pizarra, un artefacto que conocemos como “grafo del deseo” (Figura 1). En dicho esquema conceptual, parte del sujeto dividido siguiendo un bucle retrógrado que ilustra la retroacción de la cadena de lenguaje y las incidencias de los efectos de sentido sobre ese sujeto inicial articulado en ellos (figura 1).

Figura 1.

El sujeto se dirige al Otro.

 

El punto de llegada, donde se abrocha el basta o capitón del bucle retroactivo del sentido es el Ideal del Yo, que Lacan escribe I(A). No debería extrañarnos esta escritura para la instancia del Ideal del Yo. ¿Por qué? Porque se trata de una referencia simbólica, es decir: un significante. Al tratarse de un significante, como tal, como elemento simbólico, procede del repertorio de elementos simbólicos que forman parte del Otro del lenguaje. En este sentido, el Ideal del Yo, según Lacan, es el Ideal del Otro en tanto ese Otro constituye la “batería” o el “tesoro” de los significantes, para tomar dos términos equivalentes que caracterizan a lo simbólico en la época de elaboración del grafo (Lacan 1957; 1958a, p. 121).

Allí, en la construcción del grafo, Lacan establece una serie de preguntas. Se trata de las preguntas del sujeto: un sujeto dividido cuya división marca su afectación por las incidencias de lo real, su incompletud, su inconsistencia y, en la misma serie de consecuencias, su falta de ser. Ese sujeto, en su falta de ser, despliega una serie de preguntas disparadas a quien quiera oír, a quien pueda recibirlas, al Otro que siempre está presente más allá del vínculo con los semejantes.

Sin embargo, ese Otro al cual se dirige el sujeto con su pregunta -y esto le atañe particularmente al analista- es, lógicamente, el destinatario de su demanda. Allí, en el lugar del Otro al cual el sujeto dirige su demanda, cuando de lo que se trata es del dispositivo analítico, ese lugar del clínico, del profesional de salud mental en el hospital o en su consultorio, del psicólogo clínico, del psiquiatra, allí, bajo cualquiera de esos ropajes, acaso sea un analista el encargado de recibir la demanda que la transferencia facilitada por el semblante de cualquiera de esas instituciones suele propiciar.

 

El Otro que recibe la demanda

 

Ese Otro a quien el sujeto le dirige la demanda es, en lo que nos importa, ya que situamos el problema en la clínica analítica, el lugar desde donde el analista la recibe. En este momento del desarrollo nos situamos en el piso de abajo del grafo y, como podemos ver fácilmente, el Otro al que me refiero en tanto lugar disponible en la estructura de la pregunta del sujeto para que el analista tome la posta de las demandas que allí se dirigen se sitúa en el punto de cruce entre el piso de abajo y el bucle retroactivo en su trayecto ascendente. Esto me permite situar el eje de las preguntas, para continuar con la explicación que nos permita llegar a la función del fantasma en la estructura y luego, en particular, en las psicosis.

En el grafo encontramos, a la derecha, las preguntas del sujeto que se dirige al Otro, sin saber quién es él ni quién el destinatario de su demanda. En esta mitad derecha del grafo, el sujeto mismo, dividido, constituye una pregunta flagrante. En su despliegue, el yo ideal, escrito como i(a), es decir imagen del semejante -también del objeto-, forma parte de la pregunta: la imagen narcisista es una pregunta (figura 2). En esta época de proliferación de aplicaciones en las que el mundo como espectáculo muestra en la vidriera pública de las pantallas la intimidad de las personas como si se tratara de un reality, no solo la imagen del otro, sino también los demás elementos que hacen a su construcción en las redes -epígrafes, comentarios, estados o historias, frecuencia de publicaciones, perfiles- acaso todo ello constituya una pregunta que deberíamos situar como perteneciente al campo del i(a). La clave narcisista de esta pregunta la da el hecho de que se trata de un tanteo, no sin carga libidinal, por supuesto, respecto de quién será ese que se denomina con el pronombre “yo”.

Figura 2.

La dimensión especular.

 

Tal como señalaba y como el grafo nos lo muestra, en la prosecución más allá de la pregunta por el yo bajo la forma especular de la imagen del otro se encuentra el Otro destinatario de la demanda, aquel a quien el sujeto se dirige. La figura de este Otro es clave: él tiene el poder discrecional de habilitar el pasaje a otro campo, a una dimensión en la que deseo, goce y pulsión aparezcan en la escena analítica. Pero, claro: para que eso ocurra el lugar clave de ese Otro que recibe la demanda debe estar ocupado por un analista.

 

La presencia de un analista

 

En el caso de que ese lugar del Otro a cargo de la recepción de la demanda esté operado por un analista, entonces se abre la posibilidad de salir del cortocircuito de reproducción de lo mismo para, eventualmente, ingresar a un terreno en el que el deseo y el goce jueguen su partida, con la consecuente incidencia sobre la delimitación y estabilidad del síntoma. En este campo, lo que va a comenzar a tallar no es la reproducción de lo mismo sino la posibilidad de repetición en el sentido en el que el psicoanálisis la postula: ese fenómeno clínico que adviene en la diferencia que se insinúa en la iteración insistente de la demanda, una y otra vez. Cuando se trata del análisis, la una y la otra son ocasiones distintas.

En el caso de que en ese lugar del Otro a quien se dirige la demanda no aguardara un analista, es probable que el cortocircuito breve, imaginario, implicado debajo del piso inferior del grafo, opere en su retroalimentación positiva. Esto quiere decir que lo único positivo sería el beneficio de fortalecimiento para el propio sistema, que al autoconfirmarse solidifica su posición. ¿Qué hubiera pasado si “El hombre de las ratas”, al llegar al encuentro con Freud, hubiera sido despachado en la tercera sesión con el certificado de enfermedad imaginado, que lo confirmara en la posición de enfermo? Lo que hubiera sucedido es la autoconfirmación y la cristalización de las identificaciones imaginarias, narcisistas, cómodas, que excusaban al paciente de la elección que estaba evitando: las decisiones importantes en el amor y en la carrera profesional (figura 3). Freud lo escribe de este modo:

 

“La decisión de acudir a un médico fue entretejida en el delirio de la habilidosa manera siguiente: Se haría extender por un médico un certificado según el cual necesitaba, para restablecerse, de ese acto que meditaba con el teniente primero A., y este se dejaría mover por el certificado a aceptarle las 3,80 coronas. El azar de haberle caído por entonces en las manos un libro mío guió hacia mí su elección. Pero conmigo no se podía ni hablar de aquel certificado; muy razonable, sólo pidió ser liberado de sus representaciones obsesivas.” (1909, p. 135).

Figura 3.

El circuito breve reducido a la relación imaginaria.

 

Sin embargo, lo que Freud le dice al consultante es que no puede otorgarle ese papel que le solicita, pero que si él quiere, puede escucharlo. La condición es que hable, pero no que diga cualquier cosa, sino que hable precisamente de eso que le molesta, más aún, de lo que lo horroriza. No es por nada que, en la segunda sesión, horrorizado, el paciente se incorpora y abandona el diván consternado por el reconocimiento de un goce insoportable. El relato de la tortura de las ratas, desplegado por el “capitán cruel” abre un panorama distinto al de un señor pidiendo un certificado de enfermedad. “Le aseguro que no tengo inclinación a la crueldad. Pero aún así, debo pedirle que hable, o justamente por ello, si acaso Ud. desea extraer algún saldo de verdad del procedimiento analítico”, parafraseo la posición de Freud que da voz a una intervención de tales características.

En lo que respecta a lo que hoy nos interesa, podemos leer la intervención de Freud en los siguientes términos: “Yo, en tanto Otro que recibe su demanda, no lo reenviaré a la reproducción del cortocircuito breve e imaginario que lo conmina a rebotar entre el síntoma -que Lacan escribe en el grafo como sentido del Otro, s(A)-, el yo (moi) y el i(a). Es decir: a su demanda de confirmación de que Ud. está enfermo, no la sancionaré con un certificado que la confirme, reenviándolo a su yo de enfermo cristalizado en el yo ideal enfermizo y, como tal, prescindente de las decisiones importantes de la vida de las cuales Ud. pretende desertar. Al contrario, lo que yo le digo es lo siguiente: ‘hable’. Es decir: pague con las palabras que articulan el horror que le causa el deseo ignorado a medias y el goce anudado a él”.

 

El deseo y la pulsión

 

Una vez que el sujeto habla, en transferencia, y consiente el trabajo analizante, es decir, el de articular significantes extraídos de las ficciones que relatan sus desventuras y padecimientos, el campo del deseo y del goce queda inaugurado. Dicho de otro modo, más allá de ese Otro inicial al que el sujeto se dirigía en su demanda, al tratarse de un analista, se abre un campo diverso, rico y polimorfo en comparación con el cortocircuito imaginario, reiterativo y previsible, delimitado en el cuadrángulo determinado por el Otro, el síntoma reducido a la relación imaginaria, el yo y el yo ideal. Allí, en ese cuadrángulo chato (figura 3), cortocircuito narcisista, el sujeto encuentra en el Otro la confirmación de su demanda inicial que, en su respuesta autoconfirmatoria activa un circuito de retroalimentación positiva entre el yo y el yo ideal, haciendo consistir de ese modo un yo fortalecido que sale de la consulta como por una puerta giratoria, reafirmado en la identificación imaginaria que lo llevó a ella. La propuesta analítica difiere radicalmente de esta psicoterapia del yo.

Si ilustramos lo que acabo de exponer con otro ejemplo, podríamos decir: 1. Una persona ansiosa, i(a), consulta por su problema de ansiedad; 2. El Otro que recibe la demanda, luego de algunas preguntas, le confirma su autodiagnóstico: efectivamente Ud. es ansioso, s(A), síntoma reducido a los significantes de la relación imaginaria; si se tratara de un psicofarmacólogo, probablemente el paciente se retiraría por la puerta giratoria con una receta de alguna benzodiazepina; 3. el yo, moi, más fuerte que antes ahora en su ser ansioso, retroalimentada su imagen con el esbozo de pregunta que era el i(a) que acaba de ser respondida rápidamente a través del cortocircuito imaginario con una respuesta confirmatoria, se retira de la consulta más ansioso que antes, con diagnóstico y receta que así lo avalan y reafirman en ese lugar. Se podría decir que el consultante sale más fuerte que cuando llega, avalado en la posición que lo llevó a la consulta.

Como señalaba en el apartado anterior, en el caso de que un analista abra la puerta que se sitúa en el cruce del piso inferior del grafo con el vector ascendente, el lugar del Otro y, de ese modo, arranque al sujeto de la demanda del cortocircuito imaginario facilitado por los espejismos de la escena de la consulta, en tal caso el sujeto tendrá la posibilidad de explayarse en el despliegue de su pregunta -una de las acepciones del término “demanda”-.

Allí, en el nuevo campo abierto al goce y al deseo, en la medida en que su trabajo analizante está tensionado por la orientación de la insistencia pulsional articulada al trabajo de desciframiento, allí, avanzando más arriba del primer piso del grafo, siguiendo por el vector ascendente de las preguntas, más allá del Otro el sujeto se encontrará con el deseo, d (Lacan, 1966b, p. 91). Ese deseo, articulado a la cadena asociativa que da cumplimiento a la regla fundamental, ese despliegue que depende de que el analista propicie las condiciones para que se desarrolle aun cuando sea un trabajo que, como tal, recae sobre el analizante, ese deseo articulado se sitúa más allá del Otro que recibe la consulta, justo encima del primer piso del grafo, escrito con una d minúscula, a la derecha. A fin de cuentas, otra pregunta (figura 4).

Figura 4.

Más allá del primer piso del grafo.

 

La pregunta del deseo se articula en la demanda, es decir en lo que el analizante le dice, en transferencia, al analista. Allí, como una pregunta implicada en los dichos del analizante, el deseo considerado como objeto se articula a los significantes en los que se despliega la demanda.

Estamos habituados, en el discurso común, a que el deseo sea “deseo de”, de algo, de x. Al considerar el deseo como objeto, me refiero a la propuesta lacaniana de concebir el deseo que se articula en los dichos no como un deseo de esto o aquello, sino como un deseo que se articula en los significantes mismos que se dicen. De esta manera, a esos versos tan lúcidos de Alejandra Pizarnik (1971): “Si digo pan, ¿comeré? / Si digo agua, ¿beberé?”, la propuesta analítica les responde que sí, que en la ausencia que la palabra evoca, el significante come y bebe la cosa que presenta en su articulación, en su encadenamiento, aun cuando esa cosa produzca más sed al sediento y más hambre al hambriento.

El deseo como pregunta introduce el problema del objeto. ¿Qué o quién es el objeto de ese deseo articulado, aun cuando no se sepa qué ni quién lo articula? Dicho de otra manera: los significantes que dinamizan la demanda del sujeto articulan, en su encadenamiento caprichoso, pero más árbitro que arbitrario (Muraro & Alomo, 2018), la posibilidad de que haya un deseo y, por lo tanto, un deseante. Por supuesto, también un objeto móvil de ese deseo proteico que adviene en el análisis.

Allí, en el deseo que adviene en el análisis, con las preguntas flagrantes que él abre respecto del deseante y el deseado, el erastés y el eromenós, si queremos ponerlo en los términos subrayados por Lacan (1961) en El banquete, en la medida en que las ganas de hablar en el análisis -otro rostro del deseo- propician la continuidad del mismo, el hablante necesariamente se topará con un momento de cierre. Cierre del inconsciente, caracteriza Lacan en Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis (1964, pp. 129 y sig). Dicho cierre, que da la clave pulsátil del inconsciente, obedece a que los significantes que dan forma y sentido a la asociación más comandada que libre, a pesar de la buena voluntad de paciente que pueda tener quien habla, se orientan por la pulsión que, desde el inicio, anida en el vientre de la demanda.

 

La falta en el Otro y la angustia

 

Luego de toparse con el límite pulsional que aguarda en el horizonte de quien toma la palabra en análisis para darle voz a un síntoma que esté a la altura del sujeto, en el sentido de que no sea la primera tontería sostenida por el yo o viceversa en un motivo de consulta cuya única virtud -para nada desestimable- es la de acercar al consultante a la escena de la consulta, según la construcción del grafo, al hablante lo espera agazapada la angustia. ¿Por qué?

Darle voz al trabajo analizante por medio de la práctica del desciframiento de los S1, es decir, añadiéndoles S2 que los tornen legibles, tiene un límite. Ese límite consiste en que la pulsión, que Lacan escribe ($ <> D), es decir: sujeto barrado en relación con la demanda -arriba a la derecha en el grafo-, en su condición última de pregunta radical, furiosa, candente, intempestiva, maleducada, ante la insistencia de pedirle al Otro las respuestas, puede toparse con una falta. Concretamente, ante la obstinación pedigüeña que consiste al Otro completo y sin falta, sin embargo, la respuesta puede ser desconcertante y, por eso mismo, motivo de angustia. Incluso esa falta en el Otro, S(A), escrita en el grafo a la izquierda, sobre el piso de arriba, como respuesta directa a la pregunta que implica la pulsión, puede retornarle al sujeto dividido de la insistencia pulsional como una pregunta anonadante: “¿Qué quieres?”. “Che vuoi?” escribe Lacan en italiano, retomando la interpelación de El diablo enamorado, la obra de Cazotte (1772). “¿Qué quieres de mí?”, podríamos entender así esa pregunta. Ante semejante declaración de incompletud e incluso de deseo proveniente del Otro, la angustia destituyente (Soler, 2007; Soler et al., 2014) puede ser la respuesta defensiva (figura 5).

Figura 5.

La insistencia de la demanda pulsional confronta al analizante con la falta en el Otro, que irrumpe bajo la forma de una pregunta anonadante proveniente de ese Otro que, porque también está atravesado por la falta, puede aparecer como deseante.

 

Para proceder a esa defensa, así como en el piso de abajo del grafo habíamos situado un cortocircuito especular narcisista, que retenía al sujeto en el goce imaginario de un yo fuerte consolidado por el sentido del Otro que avala dicha posición, en este nivel de la pulsión y la falta en el Otro, ante la pregunta angustiante que retorna sobre el sujeto, el subterfugio defensivo también le ofrece a la mano otro tipo de cortocircuito en el cual adormecerse. Este dispositivo que responde por las condiciones del deseo, por aquellas preguntas abiertas señaladas en el apartado anterior respecto del erastés y el eromenós, esta pantalla que estabiliza el deseo en la estructura de modo tal que el mismo se sostenga a condición de desconocer la falta en el Otro, esta ficción coagulada hecha de imagen y texto es el fantasma, ($ <> a).

El fantasma, entonces, que Lacan escribe a la izquierda en el grafo, sujeto dividido en relación con el objeto a, funciona como pantalla que vela la falta en el Otro y, en tal sentido, protege al sujeto de la angustia que la radicalización de la pulsión puede hacer surgir con su insistencia de exigirle al Otro las respuestas que no posee. Por otra parte, este fantasma, compuesto por un contenido imaginario, ideico, es decir una escena con personajes y alguna acción que se consuma, y sostenida en un texto con valor de axioma, esta especie de viñeta gráfica con epígrafe o de moviola moreliana con proyección subtitulada, constituye un marco y una escena. Como en Galería de grabados, la litografía de Escher, el sujeto que se sitúa en la escena mira a través del marco de la ventana el mundo, como si mirara un cuadro. Esa escena, con una lógica moebiana, lo contiene.

El paradigma del fantasma tal vez sea “Pegan a un niño”, ese hallazgo freudiano sintetizado en una fórmula económica y clínicamente precisa. “Un niño es pegado”, su declinación en voz pasiva, recoge la posición de objeto de quien padece la acción, concretamente un castigo que se le inflige y un tercer elemento que podría quedar soslayado en una primera lectura: una mirada. Este ejemplo paradigmático nos muestra cómo el fantasma consta de una escena, de una acción que se desencadena, en la que alguien queda en posición pasiva y, por último, una mirada que, capturada libidinalmente, se interesa en esa captura de la que es presa y que forma parte de la tríada fantasmática[3]. Dicho más o menos mal, con dificultad, a medias o incluso leído por el analista, el texto axiomático da soporte simbólico al goce imaginarizado a través de la mirada cómplice, en tal sentido partícipe con distintos grados de implicación.

El cortocircuito fantasmático -diferente del narcisista, situado debajo del piso inferior del grafo-, está delimitado por la pulsión, la angustia suscitada por la falta en el Otro a través de la pregunta intimidante vuelta sobre el sujeto y, vía un atajo que evita toparse con el significante de la falta en el Otro, S(A), el fantasma. Este cortocircuito fantasmático se sostiene en la evitación defensiva de la falta en el Otro, la insistencia de la pulsión en suscitarla, la angustia ante la demanda del Otro sorpresivamente en falta y entonces deseante y, por último, la estabilización fantasmática del deseo, como tal, insatisfecho (figura 6). Un deseo que se sostiene en la respuesta que se da el sujeto a la pregunta de cómo, quién y qué se desea, según la dinámica de la voz pasiva y la lógica del losange -mayor que, menor que, inclusión y exclusión- que permite bascular el peso del fantasma ora hacia la división subjetiva, ora hacia la posición de objeto.

 

Figura 6.

El cortocircuito fantasmático: el fantasma como pantalla que sostiene el deseo articulado a la demanda y, a partir del horror suscitado por la pregunta anonadante, retiene al sujeto defendido del encuentro con el significante de la falta en el Otro.

 

 

El Otro del sujeto

 

A riesgo de ser obvio, señalo que tanto el sujeto como el Otro y, por lo tanto, el sentido del Otro y el yo y todos los matemas incluidos por Lacan en el grafo del deseo, forman parte de diversas instancias inherentes al propio sujeto. Dicho de otra manera, así como el hallazgo freudiano de la personalidad escindida, que Freud ha explicado en múltiples instancias distribuidas en dos formulaciones -que conocemos como sus “tópicas” primera y segunda- describen el funcionamiento de un aparato psíquico, del mismo modo, todos los matemas del grafo lacaniano forman parte de la experiencia de un sujeto. De allí que cuando caracterizamos la escena de la consulta con la frase “el sujeto se dirige al Otro situado en el piso inferior a la derecha”, tanto el sujeto como el Otro representan instancias del consultante. Por eso mismo, desde el lugar disponible de ese Otro, diferente para cada quien, en el caso de recibir esa demanda un analista, puede maniobrar con ella propiciando el pasaje hacia el campo del goce y del deseo. Todos los matemas del grafo pertenecen, entonces, a las instancias de cada sujeto.

Cambiaré ahora de soporte didáctico para comenzar a situar el fantasma en las psicosis. En lugar del grafo del deseo, construido por Lacan en la suposición de una retroacción de lenguaje que no atañe solo a la cadena sino que incluye también el trauma del sujeto (Lacan, 1960, p. 818), en la configuración caracterizada por Freud como Nächtraglich y por Lacan como apr­ès coup, operaciones que suponen la lógica de la inscripción del significante del Nombre del Padre, referencia principal del seminario Las formaciones del inconsciente (1958a) en el que Lacan elabora el grafo, observemos ahora una producción contemporánea que, a propósito del estudio freudiano sobre Schreber y las memorias del propio enfermo, Lacan propone para pensar las distintas instancias del sujeto psicótico.

En “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis” (1958c), partiendo del esquema Lambda y del esquema Rho, en el apartado cuarto del escrito, Lacan exhibe un esquema para describir la presentación clínica y la construcción de la realidad del sujeto psicótico. Lo hace, como comentaba, a partir de la experiencia de Schreber narrada por el protagonista en sus Memorias… (1903) y tomando como antecedente fundamental el estudio freudiano sobre el caso (1911).

Antes de introducir el esquema I (Figura 7), me interesa recuperar lo señalado a propósito del grafo del deseo, ya que, por supuesto, lo mismo es válido para una interpretación pertinente del esquema I: todas las instancias consignadas en el mismo forman parte de la experiencia del sujeto, en este caso, el sujeto psicótico. Los textos que ilustran las distintas partes del esquema corresponden a la letra de Schreber en sus Memorias

Si bien el esquema I, como comentaba, se deduce del Rho, por razones expositivas prefiero empezar por él y luego, en un próximo apartado, me ocuparé del otro. A continuación lo copio y luego lo comento.

 

Figura 7.

 

Esquema I. (Lacan 1958c, p. 553).

 

En el esquema I vemos al sujeto que se dirige al Otro situado en el piso superior del esquema, que podemos leer del siguiente modo: el sujeto de la realidad, que no sabe quién es ni a quién se dirige, sin embargo, se dirige a un lugar compuesto por dos letras: por un lado, el a minúscula, el otro semejante. Al respecto, Lacan, extrayendo la enunciación del prefacio de las Memorias… escribe, entre paréntesis, “se dirige a nosotros”. Efectivamente, Schreber se dirige, además de a las autoridades de la institución, a la ciencia, para que su caso sirva para su avance, y a la posteridad, es decir, a todos nosotros. Sin embargo, en ese mismo sector del esquema, arriba a la derecha, en un lugar peligrosamente próximo al otro semejante, se encuentra la letra M que representa al Otro primordial materno. La característica de este Otro primordial es que, al tratarse de un esquema construido en torno de dos agujeros que representan una doble forclusión: la del Nombre del Padre en lo simbólico (P0) y la del falo en lo imaginario (Φ0), no se trata de un significante. Ese Otro primordial está en lo real y su peligrosidad consiste en que está facilitado el viraje del otro pequeño a ese gran Otro monstruoso, terrorífico, enloquecedor.

Por lo tanto, tal como advierte Colette Soler en su conferencia “¿Qué lugar para el analista?” (1991), el lugar disponible para alojar la demanda del sujeto psicótico es el lugar de a minúscula escrito arriba a la derecha en el esquema I. Se trata de un otro silente, testigo, “otro Otro”: un semejante alternativo al Otro enloquecedor no inscripto como significante y, por eso mismo, intrusivo desde lo real.

En el apartado anterior comentaba la función del fantasma como velo y defensa ante la irrupción de angustia surgida como efecto de la respuesta anonadante procedente de la falta del Otro. Dicho de otra manera, pudimos situar cómo, en el contexto del encuentro de un hablante con un analista, en transferencia, el fantasma surge como respuesta ante los efectos de la falta situada en el Otro. Con su irrupción, ella torna en pregunta intimidante su respuesta a la demanda pulsional. Las cosas son de este modo, si nos atenemos al grafo del deseo construido por Lacan en el seminario de 1958. Ahora entonces, con el andamiaje conceptual del esquema I, corresponde hacernos la siguiente pregunta: si en las psicosis el Otro es completo en tanto no está atravesado por la incidencia del significante del Nombre del Padre que lo descompleta, y de existir también un fantasma en las psicosis, en tal caso, y dado que su Otro no está herido por la falta de la castración, ¿ante qué tipo de falta surgiría la configuración fantasmática en esta estructura de lenguaje y en el sujeto que produce?

 

El fantasma en la psicosis

 

En el esquema Rho, construido a partir del esquema Lambda, elaboraciones desplegadas en los seminarios 1955-56 y 1956-57, y retomadas en el apartado tercero de “De una cuestión preliminar…” observamos la realidad representada como una banda oblicua cuya base reposa sobre la hipotenusa del triángulo simbólico. Su superficie se expande sobre el triángulo imaginario, merced a la proliferación de identificaciones sucedáneas de la inscripción del Nombre del Padre. En la medida en que ellas pueden ser resignadas, la banda de la realidad se ensancha a partir de dicha capacidad de “desidentificación” y presenta un panorama que no se reduce al achatamiento de la identificación total y originaria con el Otro materno representada por la bisectriz del cuadrado (la hipotenusa de ambos triángulos).

En 1966, año de la primera edición de los Escritos en París a cargo de Seuil, Lacan dictaba su seminario La lógica del fantasma. En dicha edición introduce una nota al pie a “De una cuestión preliminar…”, su texto de 1958 que condensa y a la vez enriquece su seminario de 1955, Las psicosis. La nota al pie a la que me refiero lleva el número 17 y explica dos cosas fundamentales. En primer lugar: a la banda que representa la realidad en el esquema Rho hay que considerarla como una banda de Moebius. Luego: el fantasma, ($ <> a), coincidente con la realidad, se sitúa en esa banda apoyada sobre lo simbólico y desplegada sobre lo imaginario. En síntesis, fantasma y realidad están hechos de igual estofa y comparten el mismo lugar en la estructura.

En este punto, me interesa recuperar la pregunta que cierra el apartado anterior: ¿ante qué tipo de falta surgiría la configuración fantasmática en esta estructura subjetiva? O, dicho de otra manera: ¿qué vela y ante qué es defensa el fantasma psicótico?

En principio, como un primer esbozo de respuesta rápida, podemos situar varias diferencias entre las coordenadas que organizan la experiencia subjetiva del psicótico con respecto a la lógica fálica. Tal vez la más obvia sea la siguiente: todas las instancias situadas en el grafo del deseo, a propósito de la lógica instaurada por el Nombre del Padre, explican su emergencia en el despliegue de una pregunta, que es la pregunta del sujeto dirigida a su Otro y, más allá, al encuentro con el límite al decir que implica el tope pulsional y el encuentro con la falta del Otro, testimonio de la castración.

En el esquema I, el sujeto se dirige al Otro y acude también con una demanda. Sin embargo, esa demanda, antes que la de una pregunta, reviste otra forma: pedido de libertad a un Otro concreto -en el caso de Schreber (su testimonio escrito es un pedido de “alta” del manicomio)-; de una directriz -el caso comentado por Colette Soler en “¿Qué lugar para el analista?” sirve de ejemplo[4]-; o simplemente -y nada menos- lo demandado es un interlocutor que sea capaz de escuchar lo insoportable de una singularidad inasimilable por un contexto social demasiado ocupado en los avatares de la significación fálica (éxito, prestigio, dinero, etc.).

Primera diferencia entonces: el fantasma, en la lógica del Nombre del Padre, surge como respuesta defensiva ante la pregunta inquietante que importa el deseo y, en tal sentido, se inserta en una lógica de preguntas dirigidas al Otro. En las psicosis, para poder situar a un fantasma, hay que hacerlo en un contexto donde el aspecto de pregunta declina hacia la demanda en su vertiente de pedidos a un Otro completo: de libertad -como si el Otro la tuviera-; de normas -como si el Otro fuera el Nombre del Padre-; de escucha silente que no goce -esta es la posición que Colette Soler caracteriza como “otro Otro”-. Esta última demanda resulta muy interesante, fundamental para la clínica analítica de las psicosis ya que, en la direccionalidad del sujeto al Otro, desde el lugar que Lacan escribe en el esquema I como a minúscula, es posible alojar la demanda del sujeto psicótico sin encarnar el objeto enloquecedor, escrito con la letra M.

En segundo lugar, el fantasma en la lógica falo-castración surge como velo defensivo ante la angustia producida por la irrupción del deseo del Otro, índice de que está atravesado por una falta: “a lo mejor, el Otro, después de todo, no dispone de todas las preguntas y la consistencia que le supongo, ya que también está castrado”, podría decir el neurótico si en lugar de angustiarse pudiera darle voz de otra manera al des/encuentro traumático (Soler et al., 2014, passim.).

Al fantasma en las psicosis, en cambio, deberíamos suponerlo antes que como una respuesta en el contexto dialógico en que estas surgen a partir del planteo de preguntas, más bien como reactivo a la percepción de una falta, pero no de una falta que descompleta al Otro. Al contrario, esa falta está forcluida; por lo tanto, de la falta que se trata en la psicosis es de la falta de la forclusión. Ella da la clave en la respuesta del sujeto psicótico. Lacan lo explica en “De una cuestión preliminar…” por medio de la hipótesis de Un-padre en lo real. El surgimiento de Un-padre en lo real implica que desde la realidad se le solicita al sujeto que responda con un elemento simbólico del cual no dispone en el menú de opciones de respuestas de la estructura. La actualización de esta falta forclusiva que, en la diacronía, según Lacan, se sitúa en lo que caracteriza como “coyuntura dramática” previa al desencadenamiento clínico de la psicosis, es muy diferente de la constatación de la falta inherente a la castración en neurosis y perversión.

Giorgio de Chirico. Melancolía. (1916).

 

Pearl King, una destacada analista de Escuela Inglesa, en el Congreso de Estocolmo de 1963 presenta un caso muy ilustrativo al respecto, en el que propone la noción de “estrago paterno” al situar los hitos clínicos -sintomatología aguda que ameritaba múltiples internaciones- que se suscitaban cada vez que el sujeto, un varón joven, se topaba con figuras masculinas “paternas”. Jacques Lacan se ha ocupado de comentar el caso en su seminario del 3 de febrero de 1965. Por mi parte, analicé extensamente el caso de Pearl King y el comentario de Lacan en otros lugares (Alomo & Lombardi, 2011; Alomo, 2012, pp. 79-106).

Dicho de otra manera, en el caso de que un evento de la realidad, más o menos fortuito, caracterizado por Lacan como la emergencia de Un-padre en lo real que convoca al sujeto, “en oposición simbólica”, a tener que responder con un significante con el que no cuenta, plantea la situación de una realidad vacilante a partir de dicho evento. Resulta habitual entre analistas caracterizar a la “vacilación del fantasma” como una situación que precipita la emergencia de manifestaciones neuróticas, por ejemplo, y que puede ocasionar inicios de tratamientos o intensificación de los síntomas, entre otros fenómenos clínicos. Sin embargo, a propósito de la eclosión de síntomas psicóticos en un sujeto que hasta ese momento había permanecido “estable”, como suele decirse, no solemos pensar que ha vacilado su fantasma psicótico a partir de alguna irrupción específica. Sin embargo, la hipótesis de “estabilización” -las comillas obedecen a que se trata de una palabra extraña a nuestra teoría- de un sujeto organizado según una lógica psicótica, que Lacan denomina “prepsicosis”, implica la existencia de sujetos psicóticos desde el punto de vista estructural que, sin embargo, no han desencadenado una psicosis clínica.

Este último punto nos permite cernir mejor la respuesta a la pregunta bajo la que organizamos este apartado. La respuesta a la pregunta respecto de cuál es la falta que se actualiza en la psicosis, y ante la cual un fantasma psicótico serviría de velo y contención, es la falta forclusiva. ¿Cómo nos anoticiamos de esta situación de velo y defensa pacificadora ante la irrupción de la falta? Nos enteramos de ello cuando la defensa tambalea y emerge el tipo de falta que ella mantenía velada en el período de “estabilización”, ya sea prepsicótico, en el sentido de una estabilidad duradera previa a un primer episodio, o bien, durante las restituciones más o menos episódicas. El caso de Pearl King (1963, pp. 67-87) mencionado anteriormente sirve como ejemplo de ambas variantes.

 

Un problema de traducción

 

“No cabe duda de que la figura del profesor Flechsig, en su seriedad de investigador (el libro de la Sra. Macalpine nos regala una fotografía que lo muestra perfilado contra la colosal ampliación de un hemisferio cerebral), no logró suplir el vacío súbitamente vislumbrado de la Verwerfung inaugural (…).” (Lacan, 1958b, p. 582. La traducción y el destacado son míos)[5].

Por alguna razón, en las versiones en castellano de “De una cuestión preliminar…”, incluidas en los Escritos 2, en la edición de Siglo Veintiuno, en todas sus ediciones, incluso la más reciente, que en la portadilla se presenta como “edición corregida y revisada”, leemos lo siguiente: “No cabe duda de que la figura del profesor Flechsig, en su gravedad de investigador (el libro de la señora Macalpine nos da una foto que nos lo muestra perfilándose sobre la colosal ampliación de un hemisferio cerebral), logró suplir el vacío bruscamente vislumbrado de la Verwerfung inaugural (…)”. (Lacan, 1958c, p. 563. El destacado es mío).

No deja de asombrarme este error en la traducción al castellano, ¡nada menos que en un pasaje tan sensible para el tema que nos ocupa! La impostura de Fleschig, con su hemisferio cerebral ampliado, su bata blanca y su aire profesoral, ¿finalmente logró o no logró “suplir” la detección del vacío súbitamente percibido de la forclusión inaugural? Por supuesto, se trata de un error de traducción: en francés, leemos claramente -traduzco otra vez- “no logró suplir el vacío súbitamente vislumbrado…”.

Sin embargo, a causa del error señalado, cometido hace muchos años y todavía persistente en las ediciones actuales, entre los hispanohablantes circula la versión de que la impostura desembozada de Fleschig funciona como suplencia. Supongo que eso obliga a cada lector de la versión castellana a hacer sus arreglos, sus pequeños retoques al asunto: en todo caso será una suplencia fallida, una suplencia parcial, una suplencia de bajo vuelo y corto alcance, iatrogénica, etc. El caso es que, en ese pasaje traicionado por la traducción, tal como lo precisa Colette Soler (1992, p. 129), Lacan introduce en su teoría la noción de suplencia.

En el párrafo siguiente, Lacan explica los fundamentos de su interpretación de porqué la impostura del psiquiatra no alcanzó a funcionar como suplencia: “Por lo menos tal es la concepción de Freud, en cuanto que designa en la transferencia que el sujeto ha operado sobre la persona de Flechsig el factor que ha precipitado al sujeto en la psicosis.” (1958c, p. 563). Queda claro que el intento de convencer al enfermo con una promesa de curación, basada en los supuestos avances de la ciencia médica y en que “Ud. verá cómo su problema se cura con una simple y fecunda cura de sueño” no fue suficiente para “estabilizar” la forclusión percibida -tal la expresión de Lacan- de Schreber.

En “De una cuestión preliminar…”, como ya he señalado, Lacan sintetiza los desarrollos de su seminario sobre las psicosis. Pero no solo eso: agrega al escrito elaboraciones a las que aún no había arribado en 1956. Tengamos en cuenta que recién en la última clase del seminario sobre las psicosis, el 4 de julio de 1956, introduce el término “forclusión”. Y si bien había dedicado las últimas clases a metáforas tales como “la carretera principal” para aludir al orden simbólico, luego de situar, con Freud, la importancia del “complejo paterno” en las vicisitudes clínicas de Schreber, en ese seminario no había llegado a articular aún los términos “forclusión” y “Nombre del Padre”. Por una sencilla razón: la construcción del concepto “Significante del Nombre del Padre” comienza en el seminario siguiente, Las relaciones de objeto (pp. 387 y sig.), y adquiere estabilidad teórica con su formalización en el próximo, Las formaciones del inconsciente, principalmente en las dos clases que dedica a la construcción de la denominada “Metáfora Paterna”.

 

Fantasma y suplencias en la psicosis

 

“De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis” presenta condensados los desarrollos del seminario 1955-56, pero ahora con la inclusión de las siguientes nociones, suficientemente elaboradas como para articular la propuesta con una mayor potencia para iluminar la clínica: significante del Nombre del Padre, Metáfora Paterna y forclusión del Nombre del Padre.

En el seminario Las relaciones de objeto, a propósito de una profunda revisión de la noción del complejo de Edipo[6], Lacan elabora las bases del esquema Rho (Figura 8), el mismo que retoma en “De una cuestión preliminar…”, partiendo del esquema Lambda. En este último, abajo a la derecha, situaba el A, es decir, el “tesoro” o la “batería” de los significantes; esto es un modo de situar allí al inconsciente estructurado como un lenguaje. En el esquema Rho, en cambio, abajo a la derecha, en el lugar del elemento más importante de lo simbólico no escribe A sino P, ya que en ese momento lo considera “el significante privilegiado” que posibilita el encadenamiento de los demás.

 

Figura 8.

Esquema Rho. (Lacan, 1958c, p. 546).

 

En su construcción del esquema I (Figura 7), bajo la modalidad de una deformación del Rho, en el lugar abajo a la derecha, donde en el esquema Lambda había escrito A -tesoro de los significantes- y en el Rho sitúa al padre, P, ahora escribe: I. El cambio se debe a que luego de las incidencias de la forclusión del Nombre del Padre, el único significante que perdura en lo simbólico es el significante Ideal, I, de ahí el nombre del esquema. Ese significante tendrá la función de hacer las veces de comando, de S1 que organiza “el orden del universo”, allí “donde se mantiene lo creado” (Lacan, 1958c, p. 553).

Como señalaba con anterioridad, el fantasma consta de un contenido ideico, es decir imaginario, que se apoya en un texto con valor de axioma. Este valor axiomático del texto funciona como un principio que, como tal, no requiere ser demostrado. Se impone como verdadero, incluso con certeza.

En cuanto a la situación en la estructura habíamos dicho que se sitúa en la banda perteneciente a la superficie del triángulo imaginario, cuya base se apoya sobre el triángulo simbólico. Si aplicamos esa clave de lectura al esquema I (figura 7), observamos que la presentación del sujeto -allí donde en las neurosis encontramos al j, al sujeto presentándose como algo maravilloso que le falta al Otro- en el caso de Schreber aparecen sus desarreglos corporales y la “emasculación” bajo la forma de lo que Lacan llama empuje-a-la-mujer. Luego, la “imagen de la criatura” que se despliega sobre el eje imaginario hacia el yo psicótico inconsciente, reflejo especular del a situado en el piso superior, tensionado hacia “el futuro de la criatura”. Todo ello apoyado en el eje medio que divide aguas con lo simbólico, donde lo único que pone orden, que organiza, es el significante Ideal, escrito abajo a la derecha. Este significante concilia los términos de la representación horrorosa del momento de eclosión de la psicosis, “qué maravilloso sería ser una mujer en el momento del coito”, con la idea de ser La mujer del Otro, La mujer de Dios, cuya misión es procrear y traer la nueva raza al mundo, un mundo poblado de “Schreberitos”. “La mujer” de la versión elaborada por el delirio resulta aceptable.

Resumiendo, el punto de llegada, de tope al deslizamiento, articula los elementos del desencadenamiento por medio del trabajo delirante, con el apellido -el nombre de Un-padre muy particular: Schreber, el reformador- y la encarnación de un lugar ante el Otro: aquel que, bajo la figura de La mujer, colma su falta. De acuerdo a lo que hemos desarrollado, no se trata de la falta de la castración, sino de la falta forclusiva. Dicho de otra manera: de la falta que se configura por la forclusión de la castración. Esta última es entonces la que falta.

A este punto de llegada de la elaboración delirante de Schreber, Lacan le llama “metáfora delirante”. Con esta expresión se refiere a un punto de detención de la metonimia, por medio de una creación que comparte con la metáfora del sujeto el hecho de funcionar como tope. Dicho de otra manera, se trata de un límite al deslizamiento metonímico. Allí, en esa fijación del despliegue delirante en un límite que, en este caso, con el significante Ideal sitúa la posición del sujeto en un punto más o menos estable aun cuando se trate de una pseudometáfora por el hecho de que no admite diálogo ni dialéctica, a este punto logrado por medio del auto-tratamiento por la vía del delirio -hipótesis freudiana: el delirio como intento de curación-, a ello se refiere Lacan como suplencia a la forclusión percibida que la impostura del psiquiatra no pudo cumplir.

Desde este punto de vista, la suplencia en psicoanálisis, en particular en la clínica de las psicosis, es la suplencia de algo que va al lugar de lo que no hay. No se trata de suplir una cosa por otra, un existente por otro, sino suplir con una invención, con una neocreación, lo que no hay. La creación de la “metáfora delirante”, en el caso Schreber -es conveniente tener en cuenta el referente para no apresurar generalizaciones- es un ejemplo.

El estudio lacaniano del caso Schreber, tanto a partir de las Memorias… como del texto freudiano, tomando el esquema I como referencia para situar los ejemplos, nos muestra al menos tres tipos de suplencia. Una de ellas presente en la estabilidad previa al desencadenamiento clínico. Me refiero concretamente, en este caso, a “ama a su mujer”. Esa relación amorosa entre Schreber y su esposa que Lacan caracteriza como philia (Baur, passim.), el tipo de amor que los griegos reservaban a la amistad y a la afición acentuada por alguna actividad o práctica -diferente de otros tipos de amor, como eros y agapé– constituía para Schreber un tipo de “fantasma matrimonial”, como tal estabilizador. En este sentido, nos permite pensar, de un modo similar al ejemplo de Katán mencionado por Lacan en el seminario Las psicosis, referido al paciente adolescente y su amigo, como un tipo de suplencia -¿fantasma?- prepsicótica apoyado en el eje a—a’.

La “metáfora delirante” que Lacan le supone a Schreber nos muestra otro tipo de estabilización, en el que la producción de un sistema organiza los argumentos y las figuras que lo dinamizan y le dan cohesión, en un tejido simbólico que sustenta las figuras de lo imaginario y sus transformaciones inherentes a una realidad en movimiento. Forma parte de dicha construcción, en este caso, la realización asintótica de la parusía esperada ad infinitum.

Conocemos otro tipo de suplencia, no ejemplificada por el caso Schreber aunque sí caracterizada por Lacan en un texto anterior, “Acerca de la causalidad psíquica de la locura” (1946). En aquella conferencia en Bonneval, si bien Lacan no cuenta aún con el andamiaje conceptual de la lingüística para la transmisión del psicoanálisis, sitúa claramente dos tipos de identificaciones que, en una lectura retroactiva desde “De una cuestión preliminar…” (1958) podemos, mutatis mutandis, incluir en el esquema I.

Allí, en el texto de 1946, en el segundo apartado, Lacan se refiere a la identificación imaginaria o inmediata, a la que también caracteriza como “agresión suicida del narcisismo”. Los ejemplos son Aimée, en su pasaje al acto con la actriz de su delirio, y Alcestes, el avaro de Molière y su reacción ante la lectura del poema de Orontes. Al otro tipo de identificación la llama “infatuación del ser”. Para esta última, da varios ejemplos, de los cuales menciono solo uno: Napoleón. No en vano una serie de chistes populares tienen a “Napoleón” como protagonista canónico de los delirios megalómanos que supuestamente solían encontrarse en los asilos. Sin embargo, Lacan concluye que no solo está loco el loco que se cree Napoleón, sino incluso Napoleón si se cree tal; esta última y no otra sería la razón de su Waterloo.

Este excurso por el texto de 1946 obedece a lo siguiente. A la identificación imaginaria, esa en la que el homicida, en su pasaje al acto “golpea el kakon de su propio ser” y por eso mismo resulta una “autoagresión narcisista”, según la lógica del transitivismo, la podemos situar también en el eje a—a’, como identificación imaginaria, si tomamos como referencia el esquema I de 1958.

Me interesa más el otro tipo de identificación, el Napoleón infatuado. No solo no se reduce al eje especular, en el que Aimée agrede a su objeto persecutorio en la persona de la actriz y Alcestes denuesta las cualidades de poeta de Orontes in praesentia, sino que viste al protagonista con los ropajes simbólicos de un Emperador (podría ser también Rey, Campeón, Magnate, Rockstar, etc.) sin necesidad de desarrollar un sistema delirante. En este sentido, a la “infatuación del ser” de “Acerca de la causalidad psíquica” la podemos situar como una identificación a un significante Ideal que unge con sus atributos al sujeto que se somete a su hegemonía y comando. Dado que para ello no es necesaria la urdimbre simbólica, laboriosa y extensa, que supone un sistema delirante, tal como nos lo enseña la clínica[7], este tipo de estabilización con un significante Ideal que no contiene bajo su égida el punto de llegada de una elaboración delirante resulta mucho menos estable.

De esta manera, podríamos escribir tres tipos de suplencias que el esquema I nos permite situar:

[8].

                                                                                                                                                                           

RSI y después

 

A partir de los desarrollos lacanianos de la década de 1970, que retoman la propuesta de pluralización de los nombres del padre en los distintos modos de anudamiento de los tres registros, RSI, Lacan arriba al seminario Joyce, el sinthome con una serie de elaboraciones que permiten pensar que si el Nombre del Padre es un modo de estabilización de la estructura, retomando lo que había señalado, si es un punto de detención del deslizamiento metonímico, el hecho de que ese punto de estabilización funcione, por ejemplo en las neurosis, no implica que sea el único.

Para concluir, unas palabras que articulen el fantasma y las suplencias en psicoanálisis. Dado que el fantasma se apoya en un material simbólico que da la clave de la articulación del goce a la imagen, en una especie de soldadura que une idea y texto, entonces en cada una de las suplencias mencionadas podemos aplicar esa clave de lectura para situar en la “estabilización”, es decir la suplencia en juego, en qué se parece y en qué se diferencia a una pantalla fantasmática.

En lo que respecta a la denominada “metáfora delirante” caracterizada por Lacan en el caso Schreber, ella articula un entramado simbólico, delirante, que se resume en “ser La mujer de Dios que procreará con él la nueva humanidad articulada al apellido Schreber”. Este texto le permite al Presidente de la Corte de Dresde la estabilización en el nivel imaginario de “la imagen de la criatura” que se sostiene en la posibilidad de un yo que no desaparece cuando Dios hace silencio, porque el texto se mantiene y sostiene al sujeto en el mundo de las criaturas vivientes. En este sentido, esta construcción pseudometafórica coincide con el fantasma en dos aspectos: a) el texto elaborado sostiene una imagen coagulada del ser; b) la construcción surge como pantalla que vela una falta, en este caso, la forclusiva. Sin embargo, hay una diferencia: la elaboración delirante surge como un trabajo de conciliación, de pacificación de la irrupción real, pero no constituye la respuesta a una pregunta por el deseo articulada en la demanda, sino que, justamente, tiene carácter de respuesta anticipada a una pregunta no articulada sino actualizada en el desencadenamiento con un costo subjetivo muy oneroso.

Giorgio de Chirico. Gare de Montparnasse. (1914).

 

En cuanto a la estabilización imaginaria, a—a’, que sostuvo al sujeto en la prepsicosis, dando cuenta, a partir de su vacilación, de la irrupción de goce bajo la modalidad psicótica en el momento de inicio del cuadro clínico, ella se parece al fantasma por tratarse también de una articulación simbólico-imaginaria -“ama a su mujer”, fórmula que nos permite deducir “una mujer es amada”- aunque difiere en el hecho de que se trata de una solución ante la forclusión “percibida”, que aparece como algo previo al desencadenamiento clínico. En cuanto al carácter de ser respuesta a la pregunta por el deseo que se articula en ella, característica inherente al fantasma en la lógica del Nombre del Padre, tampoco podemos situarlo aquí.

Por último, el tipo de suplencia que hemos hecho coincidir con el tipo de identificación denominado por Lacan “infatuación del ser” en “Acerca de la causalidad psíquica de la locura” nos permite situar un tipo de suplencia mucho menos estable que las anteriores. Además, difiere de la construcción fantasmática porque tampoco se nos hace detectable un axioma que sea diferente al “Soy x” (Napoleón, etc.), mera encarnación de una identificación a un significante-bandera.

Por lo dicho, de los tres tipos de suplencia detectados, este último es el que se muestra más distante de un tipo de construcción fantasmática debido a las siguientes tres objeciones: a) antes que respuesta a la pregunta por el deseo que se articula en la demanda dirigida al Otro, más bien se presenta como una respuesta anticipada a una pregunta cuya formulación resulta elidida (en esto, coincide con las otras dos); b) la frase auto-recursiva que afirma el yo no tiene carácter de axioma, ya que el axioma, tal como vemos en el ejemplo freudiano “pegan a un niño”, consta de dos términos y una acción que uno realiza sobre el otro, modificándolo; c) la construcción imaginaria que evoca la figura de Napoleón se reduce, en este caso, a una especie de acting -o de pasaje al acto, según las coordenadas clínicas correspondientes-, remedo ineficiente del personaje elegido, encarnación de la caricatura megalómana de un yo exacerbado.

A partir de los desarrollos de Joyce, el sinthome, los tres tipos que he presentado aquí como planteos inaugurales de la noción de suplencia en psicoanálisis constituyen una pieza fundamental de la teoría. Lo más importante: no solamente restringida al campo de las psicosis. Luego, en el seminario siguiente al del sinthome, cuyo título es intraducible[9], la noción de invención como realización de un artilugio novedoso que incida en los arreglos del sujeto con la realidad y con la vida en general toman el protagonismo de una clínica orientada hacia lo nuevo, a la producción, incluso bajo el modo del bricolaire, de aquello que todavía no existe pero que, sin embargo, habrá sido la solución innovadora del padecimiento formalizado como síntoma durante un análisis.

 

 

Bibliografía

 

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[1] El presente trabajo se inserta en la producción del Proyecto UBACyT: “Delimitación de la noción de horror al saber en la clínica psicoanalítica”, programación 2023-2025, dirigido por Vanina Muraro y codirigido por el autor.

[2] Psicoanalista. Doctor de la Universidad de Buenos Aires, en Psicología. Magíster en Psicoanálisis, UBA. Especialista en Psicología Clínica, Ministerio de Salud de la Nación. Profesor y Licenciado en Psicología, UBA. Jefe de Trabajos Prácticos de la asignatura “Psicología Clínica y Psicoterapias: Clínica de Adultos”, Cátedra I, Facultad de Psicología, UBA. Codirector del Proyecto UBACyT: “Delimitación de la noción de horror al saber en la clínica psicoanalítica”.

[3] Sobre el tema de la mirada como el elemento tercero constitutivo del fantasma me he explayado a propósito de la lectura lacaniana de Lol V. Stein (Cf. Alomo, 2009).

[4] “Le voy a hacer preguntas y tomaré su respuesta por verdadera”. (Vg. Soler, 1991, p. 9).

[5]Nul doute que la figure du Pr. Flechsig, en sa gravité de chercheur (le livre de Mme. Macalpine nous donne une photo qui nous le montre se profilant sur le colosal agrandissement d’un hémisphère cérébral), n’ait pas réussi à suppléer au vide soudain aperçu de la Verwerfung inaugurale (…)”. (Editions du Seuil, p. 582).

[6] Una de las principales consecuencias de dicha revisión consiste en la concepción tetrádica -no ternaria- de dicho constructo. El esquema Rho, al cual nos referiremos, sitúa dicha distribución en los cuatro vértices de su cuadrángulo.

[7] La clínica nos enseña no solo que la elaboración de un delirio es un trabajo que requiere tiempo y libido, sino también que hay muchos sujetos con esbozos delirantes que a veces ni siquiera llegan a constituir micro-delirios: son apenas fanatismos subjetivos en el que un Ideal se constituye en blasón y bandera sin más trámite que colocarse una corona sobre la cabeza y autoproclamarse rey.

[8] “Metáfora Delirante”.

[9]L´insu que sait de l´Une-bévue s´aile à mourre”.

MARTIN ALOMO

Dr. en Psicología de la UBA

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