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Algunas preguntas sobre lenguaje inclusivo

LENGUAJE INCLUSIVO Y MEDIOS Un aporte desde el psicoanálisis

LENGUAJE INCLUSIVO Y MEDIOS*

Un aporte desde el psicoanálisis

 

Martín Alomo**

 

 

La corrección académica y lo políticamente correcto. Palabra, lengua, lenguaje y discurso. Feminismos, teorías de género y visibilización de derechos vulnerados.

 

 

 

  • ¿Cuáles son los principales problemas que plantea la utilización del lenguaje inclusivo en los medios de comunicación?

 

Entiendo que el denominado “lenguaje inclusivo” plantea principalmente la incomodidad de no saber muy bien qué hacer ante determinada situación que se nos impone. Primer punto fuerte: el lenguaje inclusivo se impone como problema, como tema de agenda y, de ese modo, propicia un debate que considero necesario. Un debate que, entiendo, debería ser polifónico, transdisciplinario y comunitario en el sentido más amplio posible; también político, por supuesto.

Ahora se plantea el tema del uso de este lenguaje en los medios de comunicación, a propósito de la media sanción en diputados de la ley de cupos para mujeres y disidencias que, supuestamente, obligaría de un modo velado e indirecto -a través de la distribución de la pauta oficial- a utilizar el lenguaje inclusivo en los medios. Si eso fuera cierto, desde ya que no acuerdo con el uso discrecional y arbitrario de ese recurso. Mientras tanto, el tema en agenda me lleva a plantear las siguientes preguntas: ¿qué es la urbanidad, lo políticamente correcto a la hora de no ofender a distintos sectores de la sociedad y qué esfuerzo estarían dispuestos a hacer los trabajadores de los medios al respecto? Considero que este es un punto preliminar para empezar a pensar el tema.

Para ampliar la idea: en diferentes oportunidades, para ser políticamente correctos y no ofender a otros, tenemos conductas o bien positivas o bien negativas, en el sentido de hacer presente determinados términos o bien de sustraerlos de la superficie discursiva. Ejemplos: negativamente, “en una reunión de trabajo no hablamos de política ni de religión”, sustraemos tales elementos de la conversación; por la positiva, cuando nos referimos a personas con determinadas condiciones de discapacidad o bien para referirnos al fenotipo étnico, somos capaces de decir “personas con capacidades diferentes” o “afroamericano”, etc. Es decir que, en este segundo caso, agregamos elementos aun cuando ello represente un esfuerzo circunlocutivo extra. A eso me refiero. Sólo para empezar a pensar, ¿qué esfuerzo en la conducta discursiva están dispuestos a hacer los periodistas y demás trabajadores de los medios de comunicación respecto del lenguaje inclusivo? ¿Cuáles no? Y sobre todo: ¿por qué sí y por qué no? Pienso que tirando de este hilo, para empezar, podríamos encontrarnos con la densidad del problema, que es estructural y como tal atañe a las raíces mismas del lazo social.

 

  • ¿Qué posiciones están en juego desde los puntos de vista ético y político?

 

Este problema es sumamente complejo y eso significa que una misma persona pueda presentar distintas posiciones cuando se refiere a diferentes aspectos del mismo. Por ejemplo, es probable que alguien esté de acuerdo con la militancia por la visibilización y ampliación de derechos de sectores vulnerados históricamente y que, sin embargo, discrepe desde el punto de vista lingüístico. Me parece que la ética, entendiendo como tal la coherencia entre pensamiento y acción de modo tal que lo expresado represente genuina y políticamente al individuo -es decir, la participación del sujeto en la polis– ella misma es la política. Repito: la ética es la política y en tal sentido, el problema del lenguaje inclusivo por su complejidad intrínseca obliga al sujeto, diría analíticamente; al ciudadano, cívicamente; al comunitario, lingüísticamente; al militante de x causa, políticamente; etc. Obliga a cada quien en el punto en que más le concierne íntimamente. Tratándose de un tema hipercomplejo, atravesado por múltiples variables que, como decía antes, muchas de ellas pueden inducir en la misma persona posiciones contradictorias, cada hablante deberá elegir su posición política al precio de tolerar la molestia de no estar de acuerdo consigo mismo en algún punto particular, para hacer lugar de este modo a la expresión de su posición ética y política principal, la que más lo represente. Dicho de otro modo, el lenguaje inclusivo nos permite palpar de cerca el aspecto pragmático del habla -me refiero aquí a los pragmalingüistas, principalmente a Austin-. El modo de tratamiento del lenguaje inclusivo en el propio uso de la lengua, en el habla de cada quien, deviene performativo de su expresión ética y política. También podría decirlo de este modo: al reflexionar, discutir y tomar posición respecto del lenguaje inclusivo, el sujeto hace un auto-tratamiento de su subjetividad en lo que atañe a los problemas que se anudan a la presencia del lenguaje inclusivo. En tal sentido, la decisión de debatir abiertamente el problema representa una apertura, una revisión de las propias creencias y convicciones y, en tal sentido, una deconstrucción. Por lo dicho, optar por la problematización del lenguaje inclusivo, en su vertiente performativa, instituye una nueva subjetividad en la comunidad de hablantes. Se trata de una revisión que, como decía, conmueve las estructuras mismas del lazo social.

 

  • ¿Cuál es la incidencia del aspecto estético?

 

Considero que no deberíamos descuidar este aspecto, ya que además de la molestia de tropezar con una “e”, una “x” o un “@” donde se esperaba una “a” o una “o”, la lengua es también materia plástica y musical, tiene forma y sonido y, por lo tanto, participa de nuestras sensaciones (o nosotros participamos en ella o como queramos decirlo). Esto implica que lo que en principio es irrupción calculada, ruptura de la isotopía no estilística sino gramática pero que acaba por afectar el estilo, obviamente, pueda ser percibido no sólo como error sino también como cacofonía. Lo que digo es obvio: suena feo porque resulta palmaria la transgresión a las normas estructurales de la lengua necesariamente impensadas y por ello mismo grabadas a fuego. En este punto creo que la posición conveniente es la que me gusta practicar ante el desconcierto y ante mi propia percepción de lo que en una primera impresión suena cacofónico: escuchar la operación novedosa sobre la lengua como una intervención artística. Ostranenie es un término que en una transliteración aproximada del cirílico, en ruso significa “extrañeza”. La extrañeza provocada por las instalaciones de Marcel Duchamp son un ejemplo, o las de Marta Minujin, por mencionar una artista argentina. Desde el punto de vista psicoanalítico, la ostranenie de los formalistas rusos -tomo la referencia del libro Vanguardia e interpretación. Aportes del formalismo ruso a la clínica psicoanalítica, de Vanina Muraro (2018)- favorecen un efecto de despertar, de sacudir los sentidos adormecidos y “las metáforas cansadas”. El concepto freudiano de Unheimlich, que traducimos como “ominoso” está involucrado en el asunto, por supuesto: lo más familiar puede volverse horroroso.

Al disgusto estético le opongo una recepción artística: una lectura poética y una escucha musical. Ya es hora de más poesía y menos pacatería.

 

  • Incomodidad y malestar: ¿hay otro modo de hacerse un lugar cuando el sistema -es decir lo instituido- no nos nombra?

 

Esta es una pregunta fundamental. Lo primero que me viene en mente es el surgimiento de lo que hoy conocemos como el “movimiento piquetero”. Se trataba de personas que habían perdido el trabajo y con él, todo tipo de fuente de ingreso posible y de reconocimiento por parte de las instituciones oficiales. Decidieron reclamar y, para hacer oír su protesta, eligieron el único medio pacífico -hay que decirlo, no son una guerrilla y aunque molesten mucho a muchos, se trata de una protesta pacífica- capaz de ser oído en un sistema capitalista: cortaron las rutas por donde circulaban las mercancías y de ese modo concitaron la atención de la prensa, primero, y luego del gobierno. La nominación de “piqueteros” es estado-céntrica o capitalista-céntrica, como no podría ser de otro modo: vivimos en el marco de un estado-nación y en el seno de un sistema capitalista. Sin embargo, ellos no eran piqueteros: eran trabajadores reclamando por sus derechos.

Los ruidos molestan, el caucho quemado en los piquetes también, no sé si más o menos que las “x”, las “@” y las “e” inclusivas. Entiendo que aun cuando molesten y alteren la condición poco heroica de pequebús clasemedieros o de distinguidos miembros de la high naturalmente oligarcas y refractarios a que las cosas cambien, estas nuevas operaciones sobre la lengua que atañen en líneas generales al lenguaje, a diversas prácticas lingüísticas y a la puesta en acto de los discursos establecidos, son legítimas. No me parece menor que haya congéneres, dicho en el sentido más amplio: seres hablantes hermanados en el discurso, que tienen necesidad de reclamar que se los registre y que sus derechos sean reconocidos por medio de esta intervención del lenguaje. Eso indica no sólo que el debate vale la pena sino que es urgente. Celebro esta coyuntura.

 

  • Todos fuimos Charlie Hebdo y nos solidarizamos con Notredame incendiada. ¿Nuestros grupos maltratados y vulnerados sistemáticamente no merecen el mismo apoyo?

 

Esta pregunta, me parece, interroga el corazón del asunto. Del mismo modo que el joven mapuche Rafael Nahuel, asesinado por la Prefectura Naval en las cercanías del Lago Mascardi durante el macrismo no concitó el mismo nivel de identificación popular y reclamo generalizado que Santiago Maldonado, asesinado también pero caucásico, así es como opera eso que en psicoanálisis llamamos segregación. Podría resumir este concepto del siguiente modo: nosotros somos los buenos, los malos son los otros. Esto es así siempre más allá de quiénes lo digan. Ya lo había señalado Freud en sus textos “sociológicos”, por ejemplo en “El porvenir de una ilusión” (1927) y “El malestar en la cultura” (1930), y fue retomado ampliamente por Lacan en su seminario sobre los cuatro discursos, El reverso del psicoanálisis (1969). A partir de un rasgo, o de algunos, se produce el fenómeno identificatorio que nos sitúa donde creemos o desearíamos pertenecer, condición detectada y explicada tempranamente por Freud en “Psicología de las masas y análisis del yo” (1921): para pertenecer al grupo, además de circulación de libido y admiración hacia el líder o significante ideal que cohesiona, debe haber también circulación de libido vectorizada a través de identificaciones laterales con los pares. Si no se produce este elemento, entonces aquel que no es reconocidocomo par por no presentar el rasgo necesario -sus credenciales son “falsas” o está “flojo de papeles”-, automáticamente queda excluido y “cae” al bando de los otros, es decir “los malos”. “El que no está conmigo es contra mí” no solamente es un enunciado evangélico sino también de “his majestic the baby”, es decir del narcisismo.

Entonces pregunto: ¿seremos capaces de tolerar la herida narcisista que nos produce la constatación de un referente externo al lenguaje y en ese sentido trascendental, que es vehiculizada y presentada ante nuestros ojos (“x”, “@”) y ante nuestros oídos (“e”) por medio de un lenguaje inclusivo que, como no podía ser de otro modo, es denunciado por “los otros” -es decir quienes no portan el rasgo distintivo- como excluyente?

 

*Texto establecido por Gisela Gorodisch a partir de las conversaciones mantenidas por Martín Alomo con Emilia «la Colo» Merino y Martín Jáuregui en el programa «Hasta la raíz», por Radio Nacional Folklórica FM98.7 el 18/06/2021, y con Osvaldo Quiroga en el programa «El Refugio», por Radio Provincia AM1270 el 20/06/2021.

**Psicoanalista. Doctor en Psicología. Magíster en Psicoanálisis. Especialista en Metodología de la Investigación. Docente e investigador de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires.

MARTIN ALOMO

Dr. en Psicología de la UBA

Para contactarse con Martín puede escribir a:
martinalomo@hotmail.com

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