¡Viva la Libertad!
¡Viva la Libertad! Por Martín Alomo y Vanina...
H. M. -Esta historia trata de una ocurrencia. Leyendo el diario me detuve en una nota que contaba que la disposición sancionada por la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires prohibiendo a ciertos comercios entregar bolsas de plástico para proteger al medio ambiente en realidad había contribuido a su deterioro. Al parecer, los funcionarios que la idearon no tomaron en cuenta que muchas familias usaban esos envases para embalar los residuos que depositaban en esos horribles contenedores que el municipio instalara en esta ciudad. Al quedarse sin esas bolsas muchos vecinos optan ahora por arrojarlos sueltos o mal embalados de tal manera que ahora fermentan durante días en esos depósitos provocando más polución ambiental.
Después de leer esa nota me dije algo así como “He aquí una ironía de la historia”. Pero como recordaba una charla reciente que tuvimos sobre el tema, me pregunté qué es en realidad una ironía de la historia y qué la distingue de otras expresiones irónicas.
Siguiendo mi método -un tanto pedestre- de abordar cualquier tema complejo buscando ejemplos que vengan al caso, inmediatamente identifiqué un par de acontecimientos que me parecían verdaderas ironías de la historia; a saber:
Reflexionando sobre esos ejemplos llegué a las siguientes conclusiones (provisionales):
M. A. -Heriberto, te agradezco mucho la nota y me alegra que hayas elevado nuestra conversación a un plano donde podría tener consecuencias interesantes.
Veo que has llegado rápidamente a un punto nodal que es el que está en el centro mismo del debate que plantea la ironía. Es la pregunta de Leibniz, luego retomada por Heidegger: “¿por qué el Dasein y no más bien nada?”.
Otro modo de plantear la misma pregunta consiste en afirmar que lo que conocemos como “El universo” es contingente. Es decir que -tal como señala Tomás en la Summa releyendo a Aristóteles- “puede ser y puede no ser”. No se trata de lo posible, “lo que puede ser”, sino justamente la tensión incómoda que plantea una posibilidad dividida que admite la afirmación y la negación a la vez, de dónde lo que finalmente es -eso poquito o mucho que termina siendo- se apoya en un suelo oculto, necesariamente soslayado, de múltiples posibilidades denegadas.
Además, como notarás, el cuestionamiento de la consistencia de un Otro absoluto, completo -Dios, providencia, fatalismo, etc.- rápidamente te llevó a encontrarte en tu segunda conclusión provisoria con el problema del Mal, con mayúscula, tan trabajado por Spinoza en su correspondencia con Blijelberg como por Hannah Arendt en su cruzada redentora de MH. Un Otro maligno que nos odia, lo cual sería también organizador además de horroroso.
El planteo de la ironía barre incluso la posibilidad de afirmar que habría un “desde dónde” plantear que habría algún mundo posible mejor que otros. El punto ese de la autoridad trascendental insistentemente martillado por el Nietzsche del Ocaso no tolera la mirada irónica.
Kierkegaard, en su tesis sobre la ironía de 1841, plantea una diferencia fundamental entre la ironía del sujeto y la ironía del mundo. Los ejemplos del punto de viraje de una a otra son Sócrates y Cristo. Ambos, irónicamente, sostuvieron hasta las últimas consecuencias las leyes del mundo -Atenas, Judea-. Finalmente, el acto que ellos perpetran -y que en ellos se perpetra- los erige a ambos en el paradigma de esa ley que sostuvieron aun más que aquellas instituciones encargadas de sostenerlas -el Tribunal, el Sanedrín-. Ellos, cada uno a su modo, con su acto trágico -comparables a Antígona seguramente- se erigen en paradigma de esa ley que incluso agujerea la consistencia de las instituciones que supuestamente la prescriben. Como contrapartida, a modo de contragolpe, el mundo es irónico con ellos: los mata en nombre de la Ley aun cuando no puede encontrarlos transgresores a ella en ningún punto.
La avanzada armada “por la paz del mundo” de Bush padre en 1991 así como la destrucción de Bagdad de Bush hijo a raíz de la presencia de armas nucleares de destrucción masiva en Irak que jamás aparecieron representan, de algún modo, ironías de la historia. No digo que medio oriente sea el Jesucristo de occidente, sino que probablemente no se pueda ejercer ningún poder sin afirmar cruelmente una posibilidad al precio de la negación de otra. Esto es irónico.
Coincido con vos, Heriberto, en que la ironía de la historia viene a decirnos que nada tiene sentido per se. Eso de que “la historia la cuentan los que ganan” querría decir, entiendo, el sentido se construye con poder, se afirma. En ese punto la ironía es subversiva. Ella viene a denunciar: las cosas siempre podrían ser de otra manera (letanía de los débiles, solaz del pensador, aire para el deseo siempre libertario).