
Lo que tienen en común una interpretación y la otra -la musical y la analítica- es la capacidad de hacer resonar al ser que convocan a través de los efectos que los componentes materiales de sus respectivas estructuras excitan.
Estas estructuras, aun con sus rigideces, posibilitan distintos tipos de hiatos. Los más evidentes -y fundamentales- son los silencios. Cualquier entramado material, ya sea musical o discursivo, está hilvanado de silencios. Silencios que no existen per sé, sino que son fabricados, inventados según las condiciones de la estructura. Y como bien sabemos, los silencios pueden ser tan o más significantes que las palabras.
En el silencio, el protagonista infatuado enmudece y es entonces cuando la escenografía, el escenario, los bastidores hablan. Esas son las condiciones propicias para que una voz nueva e inquietante advenga.
Sobre las transformaciones de la voz en el análisis, apoyado en categorías musicales, escribí en mi columna de hoy en Diario La Razón de México.