Adiós a la televisión
Muchos hechos delictivos han salido a la luz a través de registros de...
La prepotencia del Zoom
Pandemia de narcisismo telemático.
por Martín Alomo
“No decimos cosas como esta para escarbar la membrana superficial de acuerdos que tenemos los hombres fastidiados que viajamos en el asiento posterior del taxi. Los que hacemos silencio mientras habla Baby Etchecopar por la radio”.
(Horacio González, El arte de viajar en taxi. Aguafuertes pasajeras, 2009).
Todos los cuadritos son iguales, del mismo tamaño y cada quien -un burro o un gran profesor- ocupa el mismo espacio en la galería. La pandemia del igualitarismo hace que un bostezo, una cara de aburrimiento, una interjección cuasi inaudible o un ladrido lejano, trepados al escabel igualador de los cuadritos del Zoom -finalmente rasero- puede tener tanta incidencia como una escansión producida deliberadamente por la voz del narrador que se esfuerza en trazar una clase, conferencia o cualquier otro tipo de puesta en común más o menos elaborada.
Se podrá contraargumentar que de todos modos, en tiempos de presencialidad plena, existían también interrupciones molestas y manifestaciones diversas para oponerle a disertaciones interesantes y construidas con esmero. Sin embargo, incluso la primera fila del auditorio guardaba un lugar bien diferenciado del expositor. Adivino e incluso puedo acordar con las voces que atribuyan estos señalamientos a un iluminista oxidado o a un viejo vinagre recalcitrante. Lo lamento, pero aun así prosigo hacia un señalamiento acaso menos lamentable.
La igualdad ante la ley que supone el estado de derecho invita -muchas veces- a la confusión de creer que los cuadritos del Zoom nos igualan y que, entonces, pedir la palabra o interrumpir descaradamente un encuentro nos da igual derecho de usufructuar ese espacio, desde esa ventanita, haciendo uso discrecional del tiempo y despilfarro de pathos, como si todo fuera igual de relevante.
Sin embargo, sería equitativo resguardar el sabio principio de “a cada quién lo que le corresponde” y evitar someter a circunstanciales partenaires de galería aparentemente iguales cada quien en su cuadrito, a la prepotencia de “digo lo que me parece y lo que siento desde mi ventana y me tomo el tiempo que quiero porque me asisten mis derechos ya que somos todos iguales”. Pues no señora, no señor, no somos todos iguales. No nos someta desde su tonto cuadrito -igual de tonto que el mío- a escuchar sus cuitas o sus certezas bobas porque las considera maravillosas.
En cambio, sería equitativo aunque no igual que cada quien, en lugar del uso discrecional de su cuadrito equivalente en geometría y acústica al de todos los demás aun cuando lo que tengamos para decir no se parezca en proporciones similares, que antes de intervenir en el Zoom, al menos nos preguntemos si lo que queremos decir es algo más que un simple ejercicio de “narcisismo presencial” (ese que sólo dice “presente, acá estoy yo”, como quien levanta la mano para salir en la foto). Siempre se corre el riesgo de ser Baby Etchecopar hablando mientras Horacio hace silencio en el cuadrito de al lado.
Referencias:
-González, H. (2009). El arte de viajar en taxi. Aguafuertes pasajeras. Buenos Aires: Editorial Colihue.