La herida abierta después de 40 años. Columna en Página 12.
El desaparecido “como desaparecido es una incógnita, no tiene entidad,...
Querámoslo o no, nuestra existencia, al fin y al cabo, dejará como resultado un legado para los otros, quienes se arrogarán el derecho de tomarlo o dejarlo, de atenderlo o ignorarlo. Una herencia, un conjunto de significaciones, de sentidos, de palabras más o menos vinculadas a la idea de lo que fue nuestra vida. Esta idea de legado puede ser un tanto perturbadora, ya que nos obliga a pensar un futuro en el que estén los otros presentes y nosotros en ausencia física. Como había señalado también en “La vida después de la vida” hace unas semanas, en este mismo diario, la escena póstuma facilita estas coordenadas de pensamiento. Sin embargo, ahora mismo, usted, yo, todos estamos haciendo sentir nuestra presencia y nuestra ausencia en distintos lugares, y no me refiero sólo al detalle burdo de estar o no estar físicamente, sino a la diferencia que implica en el que alguien haga sentir su presencia. Como señalaba en aquel artículo de hace algunas semanas, uno está presente en la medida en que nuestra presencia evoca la ausencia que advendría si no estuviéramos, más allá de que estemos o no físicamente in situ. A continuación, quiero hablar de dos lugares comunes en lo que atañe a la idea del legado: el prócer y el hombre mediocre…
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