Fotograma del film "Matrix I", dirigido por las hermanas Wachouski.
Resumen
Hace muchos años leí con sorpresa un libro firmado por un tal Raúl Gaynal con el sugerente título de “Yo fui psicoanalizado durante 600 horas”. Hoy, décadas después de aquella lectura adolescente, podría criticar aquel libro de mil maneras. Sin embargo, lo que quiero transmitir es mi sensación arrobada, fascinada, como queriendo descubrir lo que alguien podía contar de esa experiencia. Luego me enteré que Raúl Gaynal era el seudónimo que utilizaba el hermano del reconocido cineasta argentino Alejandro Doria.
Por otro lado, hace poco leí una nota de la periodista estadounidense Hannah Booth aparecida en The Guardian el 30 de abril, que me pareció interesantísima. Me atrajo el título, que traduzco: “Lo que aprendí de 10 años de terapia y por qué es hora de parar”. En la nota, Hannah no explica cuál es la orientación teórica de su terapeuta, pero sea cual fuere, del relato se desprende un trabajo muy interesante. Queda claro que ha obtenido cambios importantes y cuáles son algunos de ellos.
En ambos relatos, muy diferentes, por cierto, hay un rasgo común: la dimensión de objeto extraño del terapeuta. “Mi relación con mi terapeuta es extraña y unilateral: no sé casi nada sobre ella, pero ella lo sabe todo sobre mí, desde mis miedos más oscuros hasta mis pensamientos más vergonzosos”, traduzco el texto de Booth. Gaynal subraya la presencia opaca del cuerpo de su analista que, detrás del diván y debajo de sus vestidos sobrios y formales inunda el consultorio de una materialidad extraña, casi como una persona. Evidentemente aludo aquí al chiste que me contara alguna vez un colega amigo: “un psicoanalista es lo más parecido a un ser humano”.